Cuando padre e hijo tienen TDAH

LUIS JAVIER IRASTORZA EGUSKIZA (PSIQUIATRA)

A veces llegan a la consulta de los psiquiatras de adultos, padres de niños con TDAH derivados por pediatras, neurólogos o psiquiatras infantiles. Ellos han realizado el diagnostico de trastorno por déficit de atención e hiperactividad al niño, y visto que uno de los padres se ve muy reconocido en los comportamientos de su hijo cuando era él era pequeño, a lo mejor resulta que el padre también lo es.

Y ¿por qué no le diagnosticaron a mi padre antes que a mí?, se pueden preguntar con razón estos niños.

Y es que hasta hace no mucho se pensaba que este trastorno se curaba al pasar la adolescencia. Y resulta que no es así. Que simplemente lo que sucede es que cambia un poco la forma de manifestarse. Pero más de la mitad de los que padecen TDAH en la infancia siguen sufriéndolo de adultos. Sobre todo, se sabe que cuanto más tardío es el diagnóstico o el inicio del tratamiento, o cuando no se trata en absoluto, las posibilidades de que los síntomas aumenten o de que se desarrollen comorbilidades asociadas al TDAH es mayor, así como el impacto en la vida del adulto.

Cuando el padre se da cuenta de que tiene el mismo trastorno que su hijo

 

Cuando los padres empiezan a mirarse como reflejo de su hijo ven: que ellos eran también impulsivos o hiperactivos de jóvenes, que les costaba estudiar; salvo si eran muy listos, y entonces no lo notaban. Ven que son un desastre en casa, que necesitan que la mujer/marido les apoye en todo para sacar las cosas adelante. Pero lo preocupante es que también les pasa en el trabajo. Se despistan, tardan más en hacer las cosas y siempre deben de contar con un compañero que haga funciones de secretario. Los adultos tienen más recursos que los pequeños y entonces consiguen tapar estas deficiencias. Pero saben que rinden menos de lo que podrían rendir.

A veces no se dan cuenta porque han sido así toda la vida, y nadie les ha dicho nada. En las relaciones de pareja pueden tener dificultades de control emocional. Les cuesta canalizar su ira, son impacientes, sueltan palabras inadecuadas sin darse cuenta, interrumpen conversaciones. Necesitan también estar haciendo cosas continuamente, como deportes o hobbies.

El padre hiperactivo que tiene un hijo que también lo es, le comprende mucho mejor, le disculpa a veces e intenta apoyarle más. Por lo menos, así debería ser.

La convivencia en casa cuando padre e hijo tienen TDAH

 

Cuando en una misma familia conviven padre o madre e hijo con TDAH, la relación y en general la vida familiar puede verse afectada. El hecho de que el padre también sea hiperactivo puede disminuir el estigma del hijo, al ver que él no es el único que lo padece, se puede sentir acompañado y comprendido. Pero también puede provocarle sentimientos de impotencia ante la realidad de que un trastorno duradero, que aunque empieza en la infancia, también puede seguir presente en la edad adulta.

 

Por lo tanto en el hogar se pueden dar los siguientes problemas o situaciones a superar:

 

– Mayor desorganización.

– Menor seguimiento de las tareas.

– Recae más el peso en la persona de la pareja que no padece el trastorno.

– Más dificultad de contención del descontrol emocional de cualquiera de los dos afectados, se toleran peor las frustraciones, con lo que disminuye la confianza para afrontar las dificultades de cada día.

– Sentimiento de no poder controlar las situaciones de excitación y agresividad. Estos descontroles emocionales son más intensos y frecuentes en el hijo, el padre debe de tener más capacidad de autocontrol.

– Dificultad en las relaciones interpersonales. El chico a veces no se ve como los demás, tiene menos confianza para relacionarse. El padre a veces se pone irritable si no le dan la razón, pero oculta más sus emociones que el niño.

– Menor cumplimiento de los planes a largo plazo: falla la planificación, el cómo se preparan los objetivos paso a paso, y puede no realizarse lo prioritario por ser más costoso.

– Tendencia a caer en la inercia y dejarlo para el día siguiente; “empiezo  a hacer algo y lo dejo sin terminar porque me voy a hacer otra cosa”.

– Si el hijo ve un ejemplo en la desorganización de su padre, minimiza el perjuicio y las consecuencias.

– Como parte positiva de la hiperactividad es la tendencia a realizar actividades creativas, como pintura, teatro, danza, baile, deporte. Se pierde la inercia a no hacer nada, y se potencian capacidades no descubiertas.

– Riesgo de hacerse dependientes a las nuevas tecnologías: las redes sociales en internet o en el móvil, los videojuegos, el chat,…

– Falta de comunicación por pensar que no tiene solución, “si mi padre es como yo y tiene más años, yo tengo menos responsabilidad”.

– Efecto positivo con el tratamiento : “mi hijo recibe tratamiento y se encuentra más tranquilo y centrado”.

Cuando el padre se da cuenta de que tiene el mismo trastorno que su hijo

 

Los padres que padecen el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, tienen la ventaja de saber cómo se puede sentir su hijo, de cómo de cuesta arriba se le puede hacer una tarea sencilla, y la desventaja de que a ellos mismos los puede resultar complicado gestionar la educación de su hijo, por las dificultades que se puede presentar en cuanto a organización, planificación, inestabilidad emocional…

 

Estos consejos puede ser útil fijárselos como cosas a tener en cuenta para mejorar la vida en el entorno familiar y el apoyo al niño con TDAH:

 

– Estar disponibles para la comunicación de los problemas con el hijo.

Evitar la confrontación cuando las emociones son intensas y descontroladas; es más fácil hablar en frío de lo que ha pasado.

Reconocer las dificultades de organización y planificación. Utilizar un diario o agenda individual, donde conste lo que se hace bien y mal.

– Intentar un mensaje común de la pareja hacia el hijo. Aunque los padres sean de distinta manera de ser, no ha de haber un padre más tolerante y una madre muy estricta, o viceversa.

– Potenciar la autonomía del hijo, que tome sus decisiones y se organice. Pero ayudarle en esta organización, sin que se sienta dirigido.

Ayudarles en los tiempos, que no se eternicen en cada cosa que hacen. Y no solo en el estudio.

– Buscar tiempo para el ejercicio o el deporte.

– Buscar los amigos y potenciar relaciones interpersonales, para que le den más confianza.

– Estar disponible ante las bajadas de ánimo, la ira, las autolesiones, la desesperanza.

– Estar alerta para cualquier signo que indique que hay una relación con la droga o si hay indicios de depresión.

– Marcar límites ante la conducta rebelde e irresponsable en casa. A veces se convierten en “los amos de la casa”, porque si se les lleva la contraria se ponen agresivos.

Buscar ayuda profesional, y también apoyo de los profesionales en el área educativa, en el colegio o el instituto.

– Estar atentos al paso de la adolescencia a la juventud. Los chicos se ven mejor y pueden rechazar el tratamiento y seguimiento. Quieren ser como los demás. Por lo que es importante ver si precisan o no, continuar con la ayuda en función de su evolución personal, familiar, académica, laboral, social, y de cómo se sientan ellos.